Zona de literatura basada en fantasía y algunos versos de poesía, con un escritor de año juvenil.

1.1.- La futura muerte... es una mujer.

La futura Muerte... es una Mujer.

1º.- El comienzo de una era.



Las cosas iban mejor desde que aquel tío me había dejado en paz definitivamente. No soportaba que él se estuviera pegando a mí cada vez que me veía, aunque fuese por verme un momento –Lo que sería unos segundos o minutos- y abrazarme, besarme el la mejilla... todo eso. Un día, definitivamente tuve que hacer algo, o la cosa podría acabar mal. Una chica en el pasillo del instituto mientras hablaba con Hichigo –El acosador del cual hablamos-. Me venía más que perfecto. Salí un momento para poder hablar con ella y con la vergüenza a un lado y sin rodeos, abracé a la chica como si fuésemos una pareja completamente enamorada. Realmente era vergonzoso aunque intentara que no lo fuera. Ya dicho, no me quedaba otra que arriesgarme a que ella no lo tomase a mal. Para rematar la faena, un beso en medio del pasillo. Aún recuerdo el sonrojo que apareció en mis mejillas, decorando mi rostro bajo mis ojos. Lo que hay que ver. 

Él, por supuesto, se murió de celos en medio de todo el mundo. No lo soportó. Mejor, así no me dirigiría la palabra en ningún momento tras esto. Que alivio. Solo soltó un; “¡Tortilleras!” –Puede que realmente me merecía ese título por su parte, mejor así, cómo no. Siempre era mejor un insulto o algo parecido a que no parasen de “acosarte”
Pero... toda la tontería tiene un precio. Tomoko. La chica que besé para molestar a Hichigo, ahora está enamorada de mí. Oh, Dios. Solo basta quitarse un peso de encima para ponerte otro. Y aún más pesado. Aunque él sabe que lo hice para molestar a Hichigo, este lo guarda en silencio, lo que más me molesta. Gente mentirosa es lo peor. Más siendo un amigo que tienes desde que fuiste una niña. Mi linda Tomoko. Siempre fue como mi hermana pequeña. Muy inocente y tan buena persona. Esto no podía ser. Siempre, cada vez que se le ve en el pasillo, intentó mover la mirada para no recordar lo pasado cuando lo tuve que utilizar. Realmente puede ser vergonzoso besar a alguien que tomas como a tu hermana. “Casi sois familia” piensas mientras ves de forma embobada sus ojos, teniendo que pasar antes por sus lentes. Bueno, yéndome por las ramas llego a un punto de la vida que aún tengo presente cada día, y el cual no puedo quitarme. 

Desde dos semanas, desde hoy, ella vive en mi casa. Que patético. No podía estar en su casa por que sus padres se habían ido de viaje. Más bien su padre, ya que su madre había muerto cuando él tenía unos tres años. Parece llevarlo mejor que yo, la verdad. No tengo ni madre ni padre, pero vivo de una forma espectacular. Voy a clase, trabajo por la noche, vuelvo a casa como y a la cama. Todo esto, claramente, estudiando o si no, no podría sacar buenas notas e ingresar a la universidad. Solo me faltan dos años. Solo dos para los dieciséis que se supone que debería tener. Tanto sé que no es así como Tomoko. Es lo que tiene ser inmortal, uno se piensa que tiene la vida resuelta, pero no es así. Ser un vampiro adolescente. Mala cosa. Estudias siempre, de por vida, luego debes tener cuidado con las otras razas teniendo una capacidad física limitada. Eso no pasa con los licántropos, demonios, dioses de la muerte, etc. Que palo. 

Más ramas a las que me voy, paso por mi familia. Siempre anduve sola, sin compañía de mis padres, abuelos, tíos, etc. No me gustaba que fuesen detrás de mí como si no pudiera hacer las cosas por mí misma. Una pesadez. Cómo no. Con eso no es que se me viese de mala manera pero aún así se veía algo raro. Aún siendo una vampira. Por ahora la más débil del mundo humano. Sin contar con Tomoko. Ella siempre tan descuidada, tan torpe, tan inocente... y un gran y largo etcétera de sinónimos. Realmente era patético el caso de que yo fuese tan débil, ahora que hablamos de ese tema, una se da cuenta de ello. Pero eso sería así por bastante tiempo. Aún unos 2000 años, donde seguro que no tendría tanto poder como para moverme tanto, o tener la suerte de morir por algún casual. Suicidio. Suena bien de vez en cuando. Por eso te tachan de raro. “¡Emo!” te chillarían algunos. Si es así, ¿qué más le da? Es algo que tal vez no llego a entender por ser una vampira. La sangre, obviamente, la conozco bastante bien. Más de una persona a unido su sangre, por ayuda de mis colmillos, a mi sangre. Realmente una delicia. 

Otra vez yendo por las ramas, llego hasta la actualidad, donde ahora mismo me encuentro tumbada en la cama, contando los puntos del techo a medio vestir. Únicamente me resguardan del leve frío que entra por la ventana una camisa que llega hasta mis rodillas y los calcetines. Eso es un Sábado por la mañana sin tener que ir a clase ya que estamos en vacaciones de verano. La búsqueda eterna del “qué-hacer” para poder pasar el tiempo que siempre quedaba en blanco. Esto por no saber que hacer, y simplemente dejarse gandulear por la casa o en la cama, durmiendo. 

Me toqué uno de los labios con el índice. Plegué los labios. Me levanté un poco de la cama para quedar sentada en ella y miré a los lados, sin saber realmente lo que buscaba. Sin duda algo para entretenerme, pero en vano. Algunos pósters de grupos de música que estaban de moda para una tapadera más sólida, algo de mi ropa en el suelo, entre ellos camisas, mini-faldas, botas y algo de ropa interior que casi llegaban a estar en el armario, pero siendo interrumpida por una pila de cómics que apenas estaban ordenados de alguna forma. Menudo desastre de habitación, la verdad. El teléfono suena, y lo tomé con la mano derecha, ya que la izquierda aún estaba esclavizada por los dientes de mi mandíbula, chupando el índice sin razón alguna. El sueño es lo que tiene. 

¿Sí? –Dije tumbándose de nuevo en el sillón, despreocupada de cualquier cosa. Al momento en el teléfono se oye la voz del emisor.-Soy yo, Tomoko, ¿estás haciendo algo? –Respondí claramente que no, al dar un vistazo a la habitación, obviamente con un suspiro algo molesto al oír semejante voz que resultaba tan similar y a la vez obvia.

Ah, bien, ¿te apetece hacer algo? –Preguntó ella con una leve risita entre cada palabra que dejaba salir. 

No sé, ahora mismo es que la pereza me gana... Quizás otro día...-Añadí a la vez que separaba un poco el auricular de mi oído, hasta que escuchó la voz de ella volver a sonar tras el teléfono diciendo: “Pues ahora me paso por tu casa, ¿sí?” Luego colgó rápidamente, sabiendo, por seguro, cual iba a ser mi respuesta. Un claro y rotundo “no”. Parece que lo hacía a posta, ya que sabía que lo ocurrido en el instituto la había hecho pensar que su relación amistosa había cambiado de una forma radical. Pero no sabía en qué modo, en el bueno o en el malo.

Me levanté de la cama algo mal, ya que casi me torcí el tobillo antes de poder mantenerme completamente en pie. Pequeños mareos que sucedían algunas veces, muy típicos. La razón por la que ella me había llamado era obvia. Sí, aún vivía en mi casa, pero no por ella no puede llamarme desde su móvil cuando está saliendo con sus amigas y amigos para preguntarme si hago algo y así meterme en el rollo. Siempre igual. Pero al final, nunca asisto por que me quedo en casa sin hacer más caso que a mí misma. Como debe ser, y así es. 

Los pocos minutos, de poder ponerme un pequeña falda negra con una camisa del mismo color, pasaron para que Tomoko llegase de una vez. La puerta sonó con unos pequeños, pero molestos, golpes. Se olvidó de la llave. Seguro. Bajé la escalera en un principio para abrirle, pero me lo pensé un poco. Me llevé una mano al mentón enfrente de la puerta a pensarlo. De pronto olí manzanas que provenían desde detrás de la puerta. ¿No será qué...? Corrí a abrir la puerta para poder que era lo que pasaba fuera. Abrí y allí estaba Tomoko con una bolsa plástica y unos objetos en esta. Las manzanas. ¡Será...! Sabe bien como me gustaban las manzanas y que sería capaz de matar a alguien si osaban tocar una de mis frutas. Lo que hay que ver; que bien me conoce esta. Tuve que subir un poco la mirada, ya que como había corrido hasta el recibidor, mi cuerpo se encontraba inclinado por la velocidad. Me reincorporé y miré hacía los dos otros chicos que estaban con ella.

¿Quiénes son estos? –Dije con una voz algo arisca enarcando una de mis cejas. La derecha para ser exactos. Los señalé. Añadiendo este gesto los otros chicos se me quedaron mirando con una sonrisa de lado a lado. No hace falta preguntar a qué estaban mirando. A mí y a mi cuerpo. Como siempre. Al parecer los chicos eran todos unos pervertidos que no sabían hacer otra cosa que mirar a las chicas para babear después, corriendo por cada lugar que estas pasan.

Son unos amigos que conocí hace un rato –Respondió Tomoko con la total normalidad, como si fuese algo diario y sin ningún problema. Realmente, o era demasiado inocente o era tonta. Pero, o se lo hacía. Varias cosas más, parecidas a estas, se me pasaron por la mente, y decidí suspirar para no darle un golpe en la frente. Era algo que siempre hacía cuando ella hacía algo mal. Ya estaba acostumbrado a ello, así que sabía que algo hacía mal cuando recibía el golpe.

Unos de los chicos era alto y flaco, con gafas rectangulares y de color gris. El otro era algo más de lo mismo, pero sin las gafas y algo más fuerte. Por lo que podía decir su camisa. Parecía que esta se iba a desatar sola de un momento a otro. Un gesto de asco salió en mis labios, ya que los fruñí. Que mal aspecto que tenían, sinceramente. “Dejémoslo pasar por hoy, y así acabaremos antes de lo que esperamos”, pensé mientras maldecía a Tomoko por lo bajo y con el puño apretado. Que lata me daba.

Está bien... pasen de una vez... –Le invité a entrar con la mano alzada mientras miraba hacía el interior, cogiendo la bolsa de manzanas para guardarlas –Mejor dicho comerlas- y luego los dos chicos “invitados” dejaron escapar una pequeña risita de mal gusto para mí. A saber cómo los conoció y donde, Tomoko. ¿En el parque? ¿La frutaría? A saber. Cerré la puerta de un portazo, obviamente molesta, y me dirigí a la cocina sola y sin nadie o nada más que mis manzanas, pegando un mordisco a estas mientras caminaba. No quería saber nada sobre los tres que se dirigieron a la sala, por que ni falta que hacía. 

Tomoko invitó a sentarse a los dos chicos, y estos se sentaron en uno de los sillones de dos plazas. La chica a un lado, sin decir nada, buscando, seguramente, algún tema del cual hablar.-...Ehm... ¿De donde sois? –Preguntó tal cual la joven con uno de sus índices en los labios, a la vez que seguía dándole a la cabeza para buscar más preguntas. De Tokio, respondieron ambos con una sonrisa, aún permanente. Eso daba algo de escalofríos. Tal vez no sabían, que desde una esquina, detrás de los dos estaba yo vigilándolos para que no hicieran de las suyas. ¿Qué se creían viniendo a mi casa con Tomoko al lado? En cierto modo no entendía aún como ella podía ser tan inocente en estos casos. Algo imposible para mi entendimiento. Continué mirando desde atrás, mordiendo la manzana con los colmillos caninos para hacer menos ruido al morder. Nunca se sabía si esos dos eran más espabilados de lo que aparentaban. Al parecer no era así; solo hacía falta que tuvieran una cola para dejar en evidencia que estos estaban babeando por Tomoko. Su largo cabello marrón, el cual llega hasta su cintura, sus ojos vestidos con la pequeña montura plateada de sus gafas, como si una capa de platino cubriera un manto de color verde, el cual eran sus ojos. Puede que su pecho también les llamara la atención, ya que, parecía más madura de lo que era. En ese momento, como si estuviera celosa de su físico, toqué, con ambas manos, mi busto, y casi como si pusiera morros. En verdad podría celarme de algo así, ya que, en parte, era la menos “solicitada” por las vistas de los demás chicos de todo el instituto. ¿Tan plana era?... ¿Tan poco atractivo tenía? 

Bueno, volviendo a donde iba, ya que tenía las manos en mi busto, las bajé de nuevo para continuar comiendo la manzana que tenía entre los labios, para poder ver, con ello, que ya estaban los dos chicos mirándose entre ellos. Eso daba algo de mala espina. ¿Tramaban algo o era cosa mía? Alcé una ceja como si estuviera intentando ver mejor la situación que empezaba a cambiar un tanto de amistosa a “¿calentona?”. Ambos jóvenes estaban aún mirándola como lobo a su presa, sin apartar su mirada en ningún momento de aquel débil pajarito que no haría nada porque no sabría las intensiones que tenían las fauces de aquellos dos. En verdad se les veía con hambre si ése podía ser el término adecuado. Para no darle más vueltas, me di la vuelta en mi misma para poder dejar la escena, por un segundo, sin vigilar. Mi destino había sido la basura, donde dejaría caer la manzana que ya había acabado dicha fruta con el deseo de coger una más. En verdad, el hambre recorría todo mi estómago, mandando señales a mis piernas para asomarme a la bolsa del tesoro tan preciado mío. Pocos segundos pasaron para que el primer sonido ahogado de una voz me apartase mi deseo a las ganas de poder volar hasta la sala, pero me tuve que quedar con correr lo más rápido que podía.

El grito ahogado que no llegó más lejos que de los dientes de Tomoko, pues no era más que una risa que se le había escapado sin querer por un chiste de mal gusto que había dicho uno de ellos. En verdad apenas supe de qué se trataba, y el interés era mínimo. Suspiré con molestia cuando ya me pensaba retirar a tomar un alimento más a mi sacia de aquellas joyas carmesíes cuando uno de ellos me echó el ojo, puesto que había oído el suspiro tras él. Me llamó. Alcé una ceja, incrédula, haciéndole saber que no iría hacia ellos, pero, ahora, ambos insistían. ¿Qué ganaría más que unos moretones en el rostro si por mínima idea se les pasaba tocarme o mirarme? Era un fastidio, sí, pero cuando ella me pidió acompañarlos tuve que ir sí o sí. Miré a ambos, y ninguno parecía querer articular una palabra por pequeña que fuera. Observé de reojo a la muchacha que tenía a mi lado, sonriendo de tal forma que parecía idiota. Chasqueé la lengua cuando veía que esto no llevaba a ninguna parte, y amagué para levantarme. Uno de los brazos se interpuso en mi camino, y miré al dueño de aquella barrera por el rabillo del ojo. Éste solo sonrió de manera pasiva, pero algo me decía que los ojos que, por un momento, permanecían entre su barrare en forma de párpados decía algo que no era... precisamente aquello. 

Él no apartó su mano, y yo no me moví, esperando a que se rindiera y bajase la mano, o se la bajaría yo a él de un golpe o una bofetada. Mi mirada se encontró con la de él, y, por alguna extraña razón, un gran escalofrío bastante desagradable recorrió por toda la nuca y la espina dorsal, llegando a darme hasta la pelvis. No había sentido tal sensación más desagradable que ésta. Aparté su mano con la mía, dejando que bajase un tanto y así pasar por un lado, sin querer poner mis piernas por encima de las de él, ya que podría arrepentirme de ello.- Oye –Dijo uno de ellos, intentando ponerme la mano en el brazo, con el intento de detenerme. Me detuve un momento, antes de dar el primer tirón que sonase a intento en vano. No podía zafarme de él, ya que su fuerza superaba a la mía, de una forma un tanto brutal, pues no me daba cuenta, tras pasados tres intentos, que apenas, él, se movía del sitio tras los tirones. Me sorprendía a mí misma por haberme fijado en eso. Cuando el muchacho se levantó para poder sentarme de nuevo, mi compañera se levantó para sostenerme, ya que me había arrojado contra el mueble con bastante fuerza. Tomoko los miró atónita. Me tomó entre sus manos para estabilizarme en el suelo, así no caer ni para el suelo o para el sillón, teniendo la probabilidad de golpearme contra el muro. Cuando me mantuve de pie, con aquella ayuda de ella, el otro hombre que aún seguía sentado miraba la escena, mientras el que casi me había agredido se acercaba a ambas, con intensiones que se podían leer en sus ojos. Malditos. Poco a poco el cuerpo del muchacho que se aproximaba, quedaba más cercano al nuestro, y nosotras lo mirábamos a él, mientras en nuestro rostro se leía la intranquilidad y la ira que no llegaba a desencadenarse por más que se le mandase órdenes a los músculos para actuar.

Estábamos dominadas por la impotencia en ese momento, pues no sabía cómo actuar. Mis músculos no se movían como yo pedía, por lo que no podía propinarle el golpe que quería asestarle en ese momento. Mi cabeza daba vueltas desde que me habían tirado hacia Tomoko. Pocos segundos pasaban mientras el muchacho se acercaba más y más, acabando por tomar, con la zurda, el hombro de mi compañera. Mis ojos, de pronto, se abrieron como si un tambor hubiera resonado para poder despertarme de aquella neblina que inundaba mis ojos en un desconcierto máximo. Los clavé en el sujeto que la agarraba, dichos destellos que tenía por ojos, se tornaron rojos, y apenas me percaté de ello. El otro muchacho, el que estaba, aún, sentado, se alarmó al ver el color de mis ojos, frunciendo el entrecejo, como si algo hubiera sido motivo de su enojo. Al parecer los ojos que contemplaba en mi rostro. Un grito de la cual la procedencia no entendí, salió de entre los adentros de los colmillos que me enseñaba éste, pareciendo que los cuatro caninos se hubieran hecho más grandes y amenazadores. Poco a poco, el cuerpo flaco y con poca presencia de carne del chico comenzó a hacerse más grande, de una forma que no se distinguía dichos cambios. Finalmente, su mano se alzó como una garra que blandía cuchillas en vez de uñas, a la vez de que su mano parecía cuatro veces más grande de lo que era con anterioridad. Mis ojos, entonces, se abrieron a más no poder, dejando que un espacio que encontré razonable se diera entre los dos. Tras poderlo ver mejor, me percaté que el cuerpo de mi presente rival se había transformado, o mutado, en una especie de bestia bípeda. Fauces inmensas, garras que tenían cuchillos por garras y algún que otro cúmulo de bello que se le reunía en el cuerpo. ¿Un hombre lobo?

Ambas nos quedamos con los ojos impregnados en aquel ser que nos observaba con los ojos en forma de escandalizada y algo asustadizas, aunque algo dentro de estómago me estaba dando algo de esperanza a seguir, o por lo menos lo sentí ahí. La sensación continuó hasta el pecho, donde ascendió hasta mi frente, donde el valor se me acumuló. Me sentí, por un momento, completamente fuera de todo sentimiento que abarcase el miedo o a pena. ¿Qué me pasaba? Eran dos hombres lobos, y una vampira en fase de desarrollo.